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La Asamblea General de las Naciones Unidas ha aprobado este martes una resolución que, pese a no ser vinculante, representa una durísima derrota política para Israel y su gran valedor, Estados Unidos. 153 países votaron a favor de un texto que reclama un alto el fuego inmediato, con 10 en contra y 23 abstenidos. Horas antes, el presidente de EE UU, Joe Biden, había advertido que Israel está perdiendo apoyos internacionales y urgido un cambio en la conformación del Gobierno de Israel. El varapalo diplomático y el mensaje de la Casa Blanca más duro desde el ataque de Hamás del 7 de octubre dan nueva fuerza a una pregunta solo aparentemente paradójica: ¿está Israel perdiendo la guerra de Gaza?
La enorme asimetría de capacidades militares entre Israel y Hamás puede inducir a considerar absurda la pregunta. Obviamente, en el corto plazo y en un plano estrictamente militar, Israel no puede perder, su superioridad es abrumadora. Pero el resultado final de una guerra depende de un amplio conjunto de factores, no solo puramente militares, y el balance muchas veces se dilucida solo en el medio y largo plazo. Y es en esa perspectiva ampliada que la pregunta adquiere cada vez más sentido.
El secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin, alertó a Israel en términos inequívocos el pasado 2 de diciembre del riesgo de que una victoria táctica se torne en una derrota estratégica en un discurso de mucho interés para todos aquellos que sigan la geopolítica.
Hay al menos tres planos en los que una campaña militar como la israelí, que está causando un inmenso sufrimiento de la población civil gazatí, se puede tornar en una derrota estratégica. Uno, el que subrayó Austin en su discurso, es el de fomentar un odio y un deseo de venganza en la población que alimentarán la resistencia y los riesgos futuros. Otro, son las consecuencias de la indignación en la política internacional. Un tercero, el impacto del ataque de Hamás y la respuesta de Israel en la sociedad israelí, un asunto que, con un sugerente paralelismo con el conflicto de Vietnam, han abordado Tony Karon y Daniel Levy en un interesante artículo publicado en el semanario The Nation.
Veamos.
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El factor palestino
En su discurso, Austin dijo lo siguiente: “aprendí un par de cosas sobre la guerra urbana cuando luché en Irak y dirigí la campaña para derrotar al ISIS. Al igual que Hamás, el ISIS estaba profundamente arraigado en las zonas urbanas. (…) la lección no es que se puede ganar en la guerra urbana protegiendo a los civiles. La lección es que sólo se puede ganar en la guerra urbana protegiendo a los civiles. En este tipo de lucha, el centro de gravedad es la población civil. Y si los echas en brazos del enemigo, sustituyes una victoria táctica por una derrota estratégica”.
La respuesta de Israel ha causado más de 18.000 muertos, según las autoridades locales, de los cuales una amplia mayoría mujeres y menores. Un 18% de todas las estructuras de Gaza había sido destruida o dañada hasta el pasado 26 de noviembre, según datos difundidos ayer por el Centro de Satélites de Naciones Unidas.
El diario The New York Times acaba de publicar una pieza muy visual que muestra con claridad el nivel de destrozo.
Financial Times citaba estimaciones según las que la destrucción en Gaza en dos meses de conflicto es comparable a la de ciudades alemanas en dos años de la Segunda Guerra Mundial.
Poca duda cabe de que la acción militar de Israel está sembrando en la sociedad palestina miles y miles de semillas para la futura recomposición de las filas de Hamás que hoy trata de aniquilar, con un anhelo de venganza probablemente mayor que nunca en décadas a la vista de la brutalidad de la respuesta al infame ataque del 7 de octubre.
Esta dinámica, además, verosímilmente, refuerza a Hamás frente a Fatah como referente político nacional para los palestinos, con una dinámica que favorece una mirada sobre la Autoridad Palestina como institución inútil y subyugada. Cabe recordar que en 2006 Hamás ganó las elecciones en toda Palestina -tanto en la Franja como en Cisjordania-.
El factor internacional
La evolución de la política internacional entraña otro riesgo para Israel. La indignación social por su acción bélica en Gaza es amplía en gran parte del mundo. Como evidencia una excelente pieza de mi compañera Mónica Ceberio, los expertos coinciden en creer que abundan los indicios de que Israel está cometiendo crímenes de guerra. Por supuesto, Hamás también los ha cometido, horribles y de entrada, pero la desproporción de la respuesta de una democracia están calando hondo.
Esa indignación es la que sustenta el voto político en la ONU. En octubre fueron 121 quienes votaron por una tregua; esta vez, 153. Estados Unidos es el único país de peso que votó con Israel.
En primer lugar, esto complica, y mucho, la normalización de las relaciones entre Israel y varios países árabes, un objetivo estratégico central del Gobierno israelí. Aunque los líderes de los países que ponderaban dar el paso -sobre todo Arabia Saudí- sigan teniendo la voluntad política de avanzar, el rechazo popular es tal que ahora es inverosímil que esto pueda suceder en el corto y medio plazo.
A escala más amplia, existe la posibilidad de que esa misma indignación genere finalmente suficiente presión como para que la política internacional se tome en serio la tarea de facilitar el establecimiento de un Estado palestino viable como única solución real para desatascar el conflicto. Israel ha activamente tratado de impedir este resultado durante décadas, con un amplísimo apoyo político social, más allá de Netanyahu y sus socios ultra. Todo avance tangible hacia el Estado palestino representaría una derrota estratégica para ese Israel.
En el plano de los riesgos internacionales también se halla el de una escalada regional del conflicto. Esta no es probable. En estos dos meses ha quedado evidente que Irán y sus proxies, sobre todo Hezbolá, no tienen interés en alimentarla, consideran más provechoso el actual desgaste que Israel sufre ante los ojos del mundo con su acción. Pero se producen incidentes armados con frecuencia en distintos puntos de la región y, mientras siga este nivel de tensión, el riesgo de escalada, incluso accidental, no es despreciable
La realidad sobre el terreno y el apoyo férreo de EEUU -que, pese a la reprimenda de Biden, envía nueva munición a Israel saltándose incluso su propio Congreso- invitan a no dar por descontado que esos desarrollos en la arena internacional se produzcan. Pero, incluso en otros planos, Israel puede sufrir un daño considerable por una estigmatización internacional que produzca boicots, sanciones, en definitiva, un progresivo aislamiento. Incluso en EEUU, aunque el respaldo gubernamental permanezca, puede que se abra una profunda grieta en la sociedad con respecto a este asunto. Y cabe recordar que el apartheid de Sudáfrica cayó porque se convirtió en intragable para una mayoría de la opinión pública mundial.
El factor interno
De momento, la sociedad israelí muestra un alto grado de cohesión, como explicaba recientemente una crónica de mi compañero Antonio Pita en EL PAÍS. Después de haber sufrido un ataque, suele producirse un cierre de filas de la sociedad atacada.
Pero, si bien no es racional pensar que en el medio plazo se produzca un giro radical de una sociedad en el que el consenso sobre la ocupación opresiva y colonización ha sido altísimo, tampoco lo es que lo que está ocurriendo no vaya removiendo las aguas políticas en Israel más adelante. Es plausible pensar que las voces críticas con el modelo se tornen en el futuro más abundantes y vigorosas que en el pasado. Si no por injusto, cuando menos por ineficaz.
La historia de las últimas décadas es un proceso con altibajos pero en el que, sustancialmente, Israel no ha sufrido ninguna derrota estratégica. No hay que sobrevalorar las posibilidades que esto ocurra ahora. Pero conviene no descartarlas.
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