El presidente de EE UU, Joe Biden, cerró la cumbre de este miércoles con su homólogo chino, Xi Jinping —la primera entre ambos líderes en un año—, “muy satisfecho”, según la Casa Blanca. Las conversaciones de cuatro horas en una mansión en las afueras de San Francisco habían cumplido los objetivos: Biden se llevaba el plácet chino para restablecer algunas comunicaciones militares ―no todas―, combatir el tráfico de fentanilo y establecer un grupo de trabajo sobre inteligencia artificial en el ámbito de la defensa. Pero, sobre todo, se había conseguido la gran meta: ambos habían acordado proteger la relación bilateral para evitar crisis indeseadas en vísperas de un año electoral clave (2024) para los dos países. Ambos deberán demostrar esa buena voluntad a partir de ahora: sus comunicados divergentes dejan claro que las diferencias son aún abismales en áreas como Taiwán.
La reunión más esperada del año en el ámbito geopolítico global ha permitido crear un cortafuegos en la “relación bilateral más importante del mundo” —como la ha descrito el propio Xi Jinping— y suavizar las tensiones entre los dos colosos después de un año en el que los lazos cayeron a su nivel más bajo. “Hemos acordado que cada uno de nosotros podrá agarrar el teléfono y llamar directamente”, apuntaba Biden en la rueda de prensa que ofreció, en solitario, al término del encuentro. “Errores de cálculo por parte de cualquiera de los dos pueden causar verdaderos problemas”.
Lograrlo ahora era fundamental. China, que vive momentos de economía alicaída, necesita las inversiones de los empresarios estadounidenses. Estados Unidos, preocupado por las guerras en Oriente Próximo y Ucrania, busca estabilidad en el Pacífico. El año próximo es clave para ambos países. En enero se celebran elecciones en Taiwán, la isla de régimen democrático que China considera parte de su territorio, y Pekín teme un triunfo, por tercer mandato consecutivo, del Partido Demócrata Progresista (PDP), partidario de la distancia con el otro lado del estrecho.
Y en noviembre llegarán los comicios presidenciales estadounidenses. La campaña electoral estadounidense entrará en pleno fragor a partir de enero; Biden, que se juega la permanencia en la Casa Blanca, estará centrado en sus actividades de campaña, y no viajará al exterior.
“Era la última oportunidad” para suavizar asperezas entre los dos gigantes, apunta Denis Wilder, de la Universidad de Georgetown, este jueves en una videoconferencia. “No hay ninguna posibilidad de que el año próximo Biden viaje a Asia, ni de que acepte una invitación para viajar a Pekín, o que se invite a Xi a venir a Washington. Si se iba a poner un cortafuegos en la relación, había que hacerlo ya”.
Por el momento, se ha logrado. “Al subrayar las áreas de cooperación, e insistir en la comunicación, Xi y Biden definen cuáles son los límites en la competición entre Estados Unidos y China”, ha apuntado la consultora Trivium, con sede en Pekín, en una nota.
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Medidas contra el fentanilo
Esas áreas de cooperación han quedado claras. Ambos países firmaron un acuerdo para acelerar las renovables y reducir el consumo de combustibles fósiles, justo a tiempo para la reunión de la COP-28 dentro de tres semanas en Dubái. También acordaron, según Estados Unidos, que China tomará medidas contra las empresas fabricantes de sustancias con las que se elabora el fentanilo, el opiáceo que cada año mata a cerca de 100.000 estadounidenses, la mayoría jóvenes. A cambio, Estados Unidos ha levantado las sanciones sobre un laboratorio chino.
La lista de resultados incluye también un pacto, aunque en términos vagos, para el establecimiento de un grupo de trabajo sobre la inteligencia artificial en el ámbito nuclear y de la defensa. Un acuerdo que se queda corto con respecto a la prohibición absoluta que había barajado Estados Unidos antes de la reunión, y que algunos expertos han acogido con escepticismo. “Creo que quieren colaborar en un grupo porque quieren hacerse una idea de lo avanzados que estamos en inteligencia artificial y militarización. Creo que es más una operación de recolección de inteligencia por parte del lado chino más que un intento real de establecer el proceso de la inteligencia artificial en defensa”, apunta Wilder, antiguo alto cargo del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca.
El restablecimiento de las conversaciones militares, rotas desde que el año pasado la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, visitó Taiwán, forma también parte de las medidas para crear confianza entre las dos potencias. Aunque no se retoman por completo. Hasta 2022 existían ocho niveles de diálogo, y según explicaba Biden en su rueda de prensa el miércoles, se recuperan tres. Entre ellos, el contacto entre las respectivas Armadas en el Pacífico, y las conversaciones entre el secretario de Defensa de EE UU y el ministro de Defensa chino; pero Pekín no cuenta con nadie en este cargo desde que cesó a Li Shangfu, destituido oficialmente el pasado octubre. Un diálogo clave, entre el Pentágono y la Comisión Militar Central, continúa suspendido.
Pero en una relación tan compleja, de posiciones tan distintas y en la que la desconfianza mutua ha sido durante años el factor dominante, cuatro horas de conversaciones no podían ser suficientes para resolver los desacuerdos. Aunque todo estaba pensado para tender puentes entre los líderes, desde un almuerzo de trabajo restringido a un paseo por los magníficos jardines de la mansión Filoli, por detrás de las sonrisas y las expresiones de buena voluntad las discrepancias quedaban visibles.
Sin planes para tomar Taiwán
Taiwán, el “asunto potencialmente más peligroso en la relación”, según Xi Jinping, fue el más obvio. Según explicó un alto cargo estadounidense en una charla con periodistas en Filoli, el líder chino insistió en su conversación con Biden en que prefiere la unificación pacífica y su país no tiene planes, hoy por hoy, de tomar la isla por la fuerza. Pero “pasó inmediatamente a las condiciones en las cuales se podría utilizar la fuerza”. Unas condiciones que la Casa Blanca no ha querido precisar.
El comunicado del Ministerio de Exteriores chino indica que Xi subrayó a Biden que la unificación entre China y Taiwán es “inevitable” y reclamó que Estados Unidos deje de proporcionar armamento a la isla.
Por su parte, el presidente estadounidense planteó a su homólogo quejas acerca del historial de China en el respeto a los derechos humanos, prácticas económicas y comerciales contrarias a la economía de mercado y el apoyo de Pekín a Rusia.
Que la desconfianza entre los dos gobiernos no se ha disipado, quedó claro apenas minutos después de concluir la reunión en las afueras de San Francisco. “Me fío, pero verifico”, declaró Biden en su rueda de prensa, preguntado si la cumbre había aumentado su confianza en su interlocutor. Y al concluir su comparecencia, se volvió a contestar una pregunta, expresada a gritos, sobre si seguía considerando a Xi como un dictador, tal y como le había calificado a comienzos de este año. “Sí, lo es. Es un dictador en el sentido de que está al frente de un país comunista, basado en un sistema de gobierno totalmente distinto al nuestro”, apuntó tajante. Esa declaración ya ha suscitado la “firme oposición” de Pekín a unas palabras “irresponsables”.
La reunión aún tuvo una coda positiva para Estados Unidos. Horas después de la cumbre, Xi participaba en una cena con empresarios estadounidenses, en la que los asistentes aplaudieron con entusiasmo la declaración del presidente chino de que su país estaba “abierto a los negocios”. Casi el mismo entusiasmo desató su insinuación —después de que el regreso a China de los tres pandas del zoológico de Washington este mes amenazara con privar a EE UU de estos mamíferos— de que China cedería más ejemplares de sus osos blanquinegros a los zoos de este país. “Estamos dispuestos a continuar nuestra cooperación con EE UU en la conservación de los pandas”, declaró, entre los calurosos aplausos de los presentes.
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