La prudencia nunca fue la gran virtud de Rudy Giuliani (Nueva York, 1944), abogado de Donald Trump y exalcalde de Nueva York, pero seguramente nunca una salida de tono le costó más cara. Una jueza del Distrito de Columbia (el de la ciudad de Washington) lo ha condenado este viernes a pagar 148 millones de dólares (136 millones de euros) a Ruby Freeman y Shaye Moss, madre e hija, dos funcionarias electorales del Estado de Georgia.
La sentencia entiende que Giuliani destruyó la reputación de ambas y les causó una extraordinaria “angustia emocional” al difundir mentiras sin fundamento sobre su implicación en un supuesto complot para robarle las elecciones presidenciales de 2020 a Donald Trump.
La abultada indemnización se reparte entre el dinero que el famoso abogado debe pagar por su responsabilidad en la difamación (unos 16 millones para cada una de las demandantes) y por la angustia emocional que les provocó (20 millones por cabeza). A esas cantidades hay que sumar 75 millones en concepto de daños.
En el ánimo del jurado influyeron sin duda las horas de emotivo testimonio de madre e hija, que ya comparecieron ante el comité del Congreso que investigó el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 para contar cómo su vida registró un dramático giro el 3 de diciembre de 2020, cuando Giuliani sugirió por primera vez que habían participado en un fraude electoral para robarle a Trump Georgia, estado bisagra que fue esencial en la victoria de Joe Biden, que se ha demostrado legítima una y otra vez, pese a que el expresidente se niega aún a reconocerla.
El detonante fue un tuit del abogado. Decía (mayúsculas incluidas): “MIRAD: Imágenes de video de Georgia muestran maletas llenas de boletas sacadas de debajo de una mesa DESPUÉS de que los supervisores dijeron a los trabajadores electorales que dejaran espacio y 4 personas se quedaron atrás para seguir contando los votos”. A partir de ahí comenzaron las llamadas telefónicas y los mensajes con insultos, las amenazas y los ataques racistas. Ambas mujeres documentaron algunos de esos ataques, que incluían a personas anónimas deseándoles que fueran ahorcadas o linchadas. Hubo quien fantaseó con escuchar el sonido de sus cuellos al quebrarse. Y unos tipos se presentaron en su casa para realizar “un arresto ciudadano”.
“Hoy es un gran día”, dijo Freeman tras conocerse la sentencia. “Estoy agradecida por la decisión del jurado. Pero Giuliani no fue el único que difundió mentiras sobre nosotras, y otros también deben rendir cuentas por aquello”.
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Giuliani, que continuó repitiendo sus infundios sobre las dos mujeres durante esta semana en declaraciones a la prensa a las puertas del juzgado, no mostró emoción al escuchar el veredicto, según los testigos en la sala. Después, lamentó ante los reporteros que no le hubieran dejado “presentar ni una sola prueba [otra mentira] durante el proceso”, en el que prefirió no testificar. “Estoy seguro de que cuando el caso llegue a un tribunal justo, lo revertirá rápidamente”, añadió.
El viacrucis judicial de Giuliani está lejos de terminar aquí. Tiene pendiente la causa penal contra Trump y otras 18 personas acusadas de tratar de subvertir los resultados de las elecciones de 2020. Se ha declarado inocente y víctima de una “persecución política”.
La sentencia del viernes es otro clavo en la tumba de la reputación del abogado, que en otra vida fue azote del crimen organizado desde la Fiscalía de Nueva York, y regidor de la ciudad durante los atentados terroristas del 11 de septiembre, ante los que demostró una firmeza y una empatía que le valieron el apodo de “alcalde de América”. Después se enriqueció con la consultoría de seguridad a empresas y países, y emprendió una catastrófica carrera presidencial en 2008. Cuando Donald Trump se lanzó a la suya, Giuliani le apoyó inmediatamente. Se convirtió en su abogado personal y en uno de sus colaboradores más cercanos durante los años de la Casa Blanca.
Si bien al expresidente tampoco le adorna la virtud de la prudencia, está claro cuál es el atributo que más valora en sus colaboradores: la lealtad. Giuliani ha vuelto a demostrársela de nuevo, pese a que, como es el caso, esa fidelidad le acabe costando, como todo indica, la bancarrota.
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